Comienzo este nuevo trimestre con ganas renovadas y mucha
motivación (fijaos cuánta, que incluso he vuelto a escribir, aunque sea
brevemente). La razón de este chute de energía no es otra que haber pasado
cuatro maravillosos días educando y aprendiendo junto a 59 personas más. A pesar
de esto, me encuentro con que tener un grupo tan asertivo de gente a tu cargo
parece ser la excepción.
El otro día, estuve hablando con una profesional de la
enseñanza y me sorprendió al decir que tenía ganas de terminar el curso, que no
disfrutaba dando su clase. Es muy duro escuchar eso, sobre todo viniendo de
alguien que forma parte de un colectivo tan vocacional. ¿Qué está mal? ¿Los
chavales? ¿El sistema educativo? La respuesta podría ser afirmativa en ambos
casos, pero contestarlas no resuelve nada.
Es cierto que el sistema educativo tiene multitud de puntos
débiles (que obviamente no me voy a poner a desglosar aquí) y también lo es el
hecho de que parece que el alumnado se muestra cada vez menos entusiasta por
adquirir conocimientos nuevos. Esto (ambos problemas) puede deberse a que se le
da más importancia a la consecución de títulos y notas altas que al desarrollo
personal e intelectual de cada estudiante.
A todo eso se tiene que enfrentar cada día el educador, y ya
no hablo solamente del ámbito académico. Aquí es donde se ve un problema cuya
solución está al alcance de nuestra mano. Se tiende a olvidar que los
educadores (profesores, educadores sociales…) son personas igualmente y que
también necesitan inyecciones de motivación y palmaditas en la espalda. Necesitan
que de vez en cuando se les recuerde que lo están haciendo bien, que van por el
buen camino o incluso les recuerden por qué decidieron estar ahí.
Esto sería un ejercicio de retroalimentación; un educador
motivado es un educador que aporta, que innova y que empatiza con sus educandos, los cuales, a su vez, animarían
con su entusiasmo e interés al educador. Parece fácil, ¿verdad?
Y aquí llegamos a la parte motivacional del discurso. A todas
esas personas que se dedican de una manera u otra a educar y formar a chavales
(y, a veces, no tan chavales): no os dejéis vencer por el desánimo o la apatía,
ni por las circunstancias en las que os toca trabajar. Sois gente dinámica,
capaz, formada, de eso podemos estar seguros. Sabéis que siempre llega un
momento en el que se toca la tecla correcta y todo empieza a funcionar.
Educandos, mostradles esa tecla. Tened iniciativa, sin miedo
a decir qué os gusta, qué os molesta, qué cambiaríais. Construid vuestro ideal
de educación, no estáis solos. Esto no es un monólogo, en el que un carca os
cuenta lo que debéis saber, sino un diálogo en el que se habla de lo que podéis
hacer. Tenéis el poder de hacer las cosas diferentes, de cambiar el mundo y,
sobre todo, mucho que enseñarnos. Y tenéis grandes profesionales para guiaros.